La cita era rara. Me llama una señora y como en las comedias de TV tan de moda hace un par de años se presenta como Presidenta de una Comunidad de Vecinos de un pueblo/ciudad de Castilla La Mancha. Luego de necesarias formalidades (me pregunta si visito esa zona, el costo de afinar un piano, etc) concertamos una cita pero con una advertencia: no puedo llegar tarde ni quedarme ni un minuto por encima de 1:15hs. Los afinadores de pianos a veces presenciamos o protagonizamos situaciones curiosas o llamativas pero esta era, además, intrigante. Concurro al lugar señalado con 15 minutos de anticipación y la clienta me hace pasar y me dice que debemos esperar para ver el piano. A la hora señalada me saca de su casa, me hace subir un piso por escalera, abre una puerta y me muestra un piano completamente desafinado, un piano pandereta. Curiosamente el piano estaba abierto, con partituras sobre el atril y con todos los signos de haber sido usado recientemente. Normalmente los pianos pandereta no se usan. Son pianos abandonados ya que el sonido que producen es sumamente desagradable. Hago un par de preguntas necesarias para hacer mejor mi trabajo y solo obtengo un par de “no sé” como respuesta así que comienzo mi trabajo de afinador con cierta incomodidad. Desarmo el piano, un Yamaha,  saco de mi maletín  el diapasón y el martillo de afinar, y a toda velocidad afino el instrumento. En 1:10 hs saco adelante una afinación de la que no me enorgullezco pero que es más que correcta. Con cuarenta minutos más de trabajo el piano hubiera quedado impecable. La clienta, que no era pianista, recibe una llamada y me conmina a abandonar el lugar a toda prisa. Me lleva de nuevo a su apartamento y mientras me paga me cuenta la historia de esa afinación:

La dueña del piano se quedó completamente sorda hace una década. Completamente sorda es completamente sorda. Y, pobre mujer, hacía menos de un año que había enviudado.  A quien alguna vez le haya tocado pasar por malas circunstancias entenderá que esta señora se refugiará en una actividad que hacía varias décadas había abandonado y decidió, aunque no pudiera escucharlo, volver a tocar el piano. Le sacó el polvo al instrumento con el que los hijos, ya mayores, habían aprendido a tocar hacía dos decadas y como consuelo a su dolor tocaba entre dos y tres horas al día en ese piano completamente desafinado.  Los vecinos estaban irritados. El piano, en esas condiciones era una tortura y como entendían que la situación no se arreglaba con una charla decidieron regalarle a la Comunidad de Vecinos una afinación de ese piano al que ya consideraban maldito. Hicieron una derrama (bastante pequeña) y encargaron a la Presidenta de la Comunidad que hiciera las gestiones pertinentes. La cita conmigo, el afinador del piano coincidió “casualmente” con una cita de nuestra sorda pianista con el médico y la llamada que recibió la Presidenta, era justamente del galeno que también estaba en el complot del regalo de una afinación, avisando que ya no podía demorar más para atender a nuestra agasajada. Por una vez el trabajo de afinador sirvió para evitar un conflicto mayor.

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