¿De qué le ha servido tanto esfuerzo si luego ha dejado los estudios de música? ¿Dónde quedaron las horas dedicadas al solfeo? ¿Tiempo perdido? Estas y otras muchas preguntas se las habrán planteado muchos padres, e hijos, cuando intentaron en vano que su prole aprendiera a tocar un instrumento. Para ellos, y para los que finalmente sí terminaron ganándose la vida entre notas musicales, van dirigidos los resultados de un estudio que señalan que practicar música en la infancia se traduce en una mejora de las funciones cerebrales en el adulto.
Aunque son muchas las investigaciones que han analizado cómo la música afecta a nuestro cerebro y cuerpo, el estudio que ahora presentan investigadores de la Universidad de Northwestern, en Evanston, Illinois (EEUU), se centra más en analizar qué ocurre después de que los niños dejen de tocar un instrumento musical si sólo lo han hecho durante unos pocos años.
Para conocer si esos años de aprendizaje se tiran por la borda una vez que se abandona el estudio musical, se midieron las señales eléctricas del bulbo raquídeo de 45 adultos en respuesta a ocho sonidos complejos con diferentes tonos. Estas señales cerebrales son una fiel representación de la señal auditiva, de esta manera los investigadores pudieron analizar los elementos del sonido que son capturados por el sistema nervioso y conocer si son débiles o fuertes en cada participante con diferentes experiencias y capacidades.
Entre los participantes del estudio, cuyos resultados son publicados en la revista ‘Journal of Neuroscience’, estaban personas sin formación musical, otras que tenían estudios que iban de uno a cinco años y otras que había estudiado música de seis a 11 años. Todos ellos empezaron a tocar con nueve años y su edad, en el momento del estudio, oscilaba entre los 18 y los 31 años.
Comparados con aquellos sin formación musical, los participantes que habían estudiado de uno a cinco años de música tenían mejores respuestas cerebrales frente a sonidos complejos. Estas personas eran más eficaces para extraer la frecuencia fundamental de la señal sonora, es decir, la frecuencia más baja en el sonido que es clave en la percepción musical y en el habla. “Esta habilidad les permite reconocer sonidos en un entorno complejo y ruidoso, también es importante para la expresión hablada y para la memoria”, explica a ELMUNDO.es Nina Kraus, profesora de Neurobiología, Fisiología y Ciencias de la Comunicación en la Universidad de Northwestern y principal autora de este estudio.
Efectos mantenidos
Para esta investigadora, está claro que “la forma en la que tú escuchas hoy viene dictaminada por las experiencias con el sonido que has tenido hasta hoy. Estos nuevos resultados son un claro ejemplo de esto”.
Estos resultados, junto con los obtenidos en investigaciones previas por estos investigadores, permiten señalar “beneficios que van desde una mejor percepción auditiva, mayor función ejecutiva y un empleo más eficaz de herramientas comunicativas. Todo ello sugiere que el entrenamiento musical durante el desarrollo produce efectos positivos y a largo plazo en el cerebro adulto”, refiere el estudio.
“Esperamos que estos datos, junto con lo descubierto en investigaciones anteriores, se apliquen en estrategias educativas. Creo que es fundamental que la música sea una asignatura más del colegio”, explica Kraus.
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